El miedo de estar vivos

El miedo de estar vivos

Perros antiexplosivos, policías del Grupo de Operaciones Especiales custodiando una parte de la circunvalar por la carrera tercera al frente de la Universidad Distrital (sede Macarena), por la carrera cuarta patrullas de policías hacen un cordón de seguridad, camionetas de esquemas de seguridad se mueven de un lado a otro, carabineros y un escuadrón móvil antidisturbios (ESMAD) aguardan en el Parque Nacional un domingo con alta presencia de deportistas. Todos ellos anuncian que algo está pasando. Es un día gris en Bogotá, es el peligro de la muerte rondando y la guerra que continua. 

A las afueras de la universidad se escucha hablar: “que dejen entrar la comida para la rancha”, “el camarada está autorizado para entrar”, “falta que llegue el bloque Caribe”, “está prohibida la entrada a periodistas por seguridad y protocolos del COVID”. Desde el 31 de octubre excombatientes de las Farc procedentes de diferentes zonas del país acampan en la Universidad Distrital, tras doce días de recorrer las carreteras pidiendo “que la paz no nos cueste la vida”, como lo fue para Jesús Monroy, excombatiente y líder de los procesos de reincorporación en La Uribe (Meta).

Cada delegación organiza su comida y con la herencia de la vida en armas se sabe como administrar y guardar la comida para varios días, “todavía sobreviven las estufas de gasolina que usábamos en la guerra y andamos con carne seca”, cuenta un firmante de la paz de Vista Hermosa (Meta).

 Antes marchamos en las montañas, ahora vamos hacia el capitolio a pedir que nos cumplan el Acuerdo” dice con firmeza Desiderio Aguilar, combatiente por más de 20 años en las Farc y actualmente representante de la región oriente ante el Consejo Nacional de Reincorporación. Van caminando por la carrera séptima mientras se avecina la lluvia y el frío invade a niños, jóvenes y adultos firmantes de la paz. 

Carmelita, la niña rubia que crece en el Área de Reincorporación Libertad Simón Trinidad en Mesetas, está en el grupo que encabeza la marcha hacia la Plaza de Bolívar, mientras su mamá recuerda con un megáfono mantener el “distanciamiento social”, ellas caminan muy cerca de Pastor Alape, Iván Cepeda y Rodrigo Granda, quienes avanzan con un anillo humano que los rodea por todos lados, sus escoltas son hombres y mujeres que llevan la mirada alerta y cualquiera que se acerca es un sospechoso. 

La movilización interrumpe el ritmo cotidiano de la séptima a la altura de la calle 24, atestada con carritos de comidas rápidas y la venta de objetos de segunda mano. Muchos transeúntes se detienen y fijan la mirada en los excombatientes, para algunos es la primera vez que los ven de cerca, murmuran y se dicen entre ellos “ahí van los guerrilleros”, “¡mire!, están los duros de las Farc”. Algunos más osados se acercan e interpelan a los dirigentes del Partido Farc y ellos responden a los ciudadanos de a pie.

También aparece la indiferencia sobre quienes están pasando con banderas blancas, el partido de ajedrez en la calle no se detiene, el performance de un bailarín que le baila a un cajero continua, Mickey Mouse y Minnie siguen recogiendo monedas, la imitación de Juan Gabriel cantando a grito herido “amor eterno”, un robot policía se esfuerza para llamar la atención y en simultáneo los firmantes de la paz pasan con una pancarta preguntando: “¿Cuántos más para la paz?” Es la Peregrinación por la vida y la paz que reclama la muerte de 236 excombatientes desde la firma del Acuerdo de Paz. 

Justo a las cinco de la tarde cuando suenan las campanas de la Catedral Primada entra la Peregrinación a la Plaza de Bolívar. “Cuando estábamos en armas uno sabía que se enfrentaba cuerpo a cuerpo a diferencia de ahora que nos matan sin ninguna justificación”, sostiene Luz Velandia, representante legal de la asociación de mujeres del centro poblado Georgina Ortiz en Vista Hermosa (Meta) quien interrumpió su vida familiar y sus estudios en derecho para iniciar su recorrido hacia Bogotá después de asistir al entierro de Jesús. Para ella tanto la guerra como la paz no han sido caminos fáciles. 

Por cinco días los firmantes de la Paz estarán en Bogotá sacudiendo sus banderas blancas, con su voluntad de paz para que cualquiera lo pueda atestiguar en sus ojos y escudriñen el miedo que tienen de sentirse vivos, para seguir insistiendo en “¡no queremos que se nos siga asesinando por querer la paz!”.